Amanezco a las diez de la mañana.
Sin dolores en las piernas ni en los hombros, ¡puedo moverme!.
Una ducha, la tiritas en las ampollas y bajo a desayunar; muy bien el hotel.
La mañana está nublada, estoy en la cafetería del hotel.
No he tenido más remedio que llamar por teléfono para reservar el alojamiento de las próximas etapas.
Y, claro, al descansar un día pues a reorganizar las etapas y calcular destinos.
Tras la comida y la imprescindible siesta, me voy a dar una vuelta por Sarria.
Necesito volver al Camino, no quiero más ciudad.
Necesito volver a sentir como en la Basílica de la Encina (Ponferrada), en Cacabelos, Trabadelo, O Cebreiro y, sobre todo, en Triacastela.
Señor, quiero sentirte a mi lado, que al caminar vuelva a aprender de la vida, que me enseñes a ser mejor persona.
Convento de la Merced.
El día sigue nublado pero yo estoy mejor, aunque las ampollas siguen molestando; pero ya pueden arreglarse porque el Apóstol me espera.
A las 7 me voy de nuevo a ver a María, de nuevo en la cápsula de calor y a tratar los gemelos.
Ha sido un encanto y una gran ayuda para seguir.
La gente ha sido muy amable en Sarria, me gusta oirles hablar en gallego.
A pesar de las ampollas y los dolores con los que llegué ayer, me llevo un buen recuerdo de este pueblo.
Y mañana, de nuevo, al Camino; lo necesito, ¡¡ADELANTE!!.
El Camino de Santiago es duro en lo físico, intenso en lo espiritual y sentido en lo emocional.